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La participación de los niños como motor del compromiso

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La participación de los niños como motor del compromiso

La participación escolar será uno de los pilares fundamentales de cualquier reforma que busque un cambio significativo en educación.

 

A veces nos gustaría que nuestros alumnos tuvieran un mayor compromiso, tanto en la escuela como en la vida familiar. Nos gustaría sentir que están implicados, que valoran nuestro esfuerzo por educarles…, por ofrecerles oportunidades. Nos gustaría que sintieran que la educación que les brindamos es en realidad, de ellos, por ellos y para ellos y que esa educación la sentimos como importante. Sin embargo, a veces, nos encontramos con falta de compromiso, con falta de implicación. Y nos gustaría que esto fuera diferente.

 

¿Cómo generar compromiso? ¿Cómo implicar a los jóvenes en las tareas que son en realidad para ellos?

 

Stephen Covey decía:

 

Sin participación no hay compromiso. Destaque esta frase, subráyela, haga una señal al margen, póngale un asterisco. Sin participación no hay compromiso.

 

Aquí tenemos una gran pista de cómo conseguir el compromiso de cualquier persona: la participación. Podríamos decirlo así: es una regla de la vida. Y como tal, si no se respeta, no se consiguen resultados. Si las personas no participan en aquellas áreas que les afectan no están comprometidas con ellas. Es una ley. Y de las importantes.

 

A veces es sorprendente la velocidad con la que los niños y adolescentes olvidan cosas. ¿No os habéis sorprendido nunca con este aparente don? Podemos estar repitiéndoles una y otra vez las mismas cosas. Al poco tiempo estarán en el archivo definitivo: el olvido.

 

Podemos estar un curso entero enseñándoles conceptos de lengua, de biología o matemáticas. El curso siguiente parecerá que no hayan estudiado nunca. Parecerán “el niño de Avignon”, salidos de una remota selva, taparrabos incluido, y habrá que explicarles qué es una cuchara y un tenedor.

 

Pero si hacemos caso a las reglas de la naturaleza podríamos encontrar una explicación: no era suyo. El tema no iba con ellos. No estaban comprometidos. No habían participado.

 

Si las personas no participan en aquellas áreas que les afectan no están comprometidas con ellas. Es una ley. Y de las importantes.

 

Claro, la participación no es un aspecto sencillo porque implica ceder parcelas de control y decisión a los menores. Porque no consiste simplemente en que los menores hablen. Lo que dicen tiene que significar un cambio, un aporte. Tiene que haber una participación “efectiva”. Si sólo hablan pero no sienten que el destino de lo que dicen depende en alguna medida de ellos, no se producirá compromiso. Los adultos deben ceder espacios de decisión en las áreas que afectan a los niños.

 

El compromiso es por tanto proporcional a la cantidad y calidad de la participación. Mucha participación=mucho compromiso. Y también: mucha calidad de participación=mucha calidad del compromiso.

 

Para eso, tanto la familia, como la escuela deben crear mecanismos para que, de forma continuada, sinérgica y liberadora, los niños puedan comprometerse con su educación. Con su vida.

 

¿Cómo hacer esto?

 

Te propongo unos sencillos pasos para fomentar la participación (con éxito):

 

1). Establece las normas de convivencia de manera conjunta.

 

Intenta que las normas de convivencia sean compartidas desde pequeños. Si se saca un juguete, se acuerda la conveniencia de guardarlo después. Pero implicando a los niños. En los adolescentes, igual. ¿Tareas de la casa? Reúne a toda la familia, detalla todas las actividades a realizar (desde sacar dinero del banco, a realizar la compra, pasando por tirar la basura y limpiar la nevera). Una vez hecho esto, se realiza un reparto proporcional: los adultos realizarán tareas en mayor cantidad e importancia y los jóvenes las adquirirán progresivamente con la edad. Empiezan recogiendo juguetes, luego la habitación, para progresivamente encargarse de la basura o realizar compras.

 

En la escuela, en Infantil y Primaria, el método asambleario da muy buenos resultados para decidir casi cualquier asunto del día a día.

 

En los adolescentes, sistemas de aprendizaje compartido donde haya “expertos” favorece una mayor calidad y cantidad de aprendizaje. ¿Por qué? Porque hacen suya la materia. Porque la explican y la reciben entre iguales y esto aumenta la calidad de la participación, y por tanto, aumenta la calidad del aprendizaje.

 

Los adultos deben ceder espacios de decisión en las áreas que afectan a los niños.

 

2). Acompañar en lo nuevo.

 

Encargar a un niño una tarea nueva no consiste en decir: Yo hago esto, tu haces eso. La tarea nueva, es precisamente eso, nueva. Y todo lo nuevo, cuesta. Es importante acompañar las primeras veces para enseñar cómo se hace, cómo se hace bien la tarea y cómo no se hace bien, y crear mecanismos de control (se revisan una vez a la semana las tareas) y ayuda cuando sea necesario.

 

Intenta que las normas de convivencia sean compartidas desde pequeños.

 

3). Si no cazamos, no comemos.

 

Esta es otra regla de al vida. El ser humano que no caza, no come. Establecer recompensas por las tareas bien realizadas es fundamental. No puede ser nada imprescindible al principio del estilo “si no recoges los juguetes no comes”. Pero sí puede ser: si recoges tus juguetes habrá salida al parque, o si recoges la habitación (y los otros compromisos que tenga) hay paga y se sale el fin de semana.

 

Cuando compartimos los procesos de toma de decisiones en aquellas áreas que afectan a los menores, estamos liberando las energías necesarias para que se produzca crecimiento. Las tareas se asumen como propias. Ofrece la oportunidad de crecer, de asumir un reto y poder cumplirlo.

 

Ahora sólo queda aprender participando 🙂

 

Si tienes alguna pregunta o comentario, ¡no lo dudes! Te contestaré en cuanto pueda.

 

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Alberto Crespo
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